El pastor Reformado, Richard Baxter

El pastor Reformado, Richard Baxter

El libro «El Pastor Reformado» de Richard Baxter es una obra clásica de la literatura teológica reformada que ha sido una fuente de enseñanza y guía para muchos pastores y líderes de la iglesia a lo largo de los siglos. Publicado por primera vez en 1656, este libro es una llamada a la responsabilidad pastoral y un llamado a la fidelidad en la enseñanza de la Palabra de Dios.

Desde una perspectiva teológica reformada, el libro de Baxter es una obra invaluable que presenta una sólida teología bíblica y una visión pastoral práctica. Baxter, como muchos teólogos reformados, creía en la autoridad y la inerrancia de la Palabra de Dios y en la necesidad de enseñarla y aplicarla fielmente. A lo largo de su libro, enfatiza la importancia de la doctrina y la necesidad de una vida piadosa y santificada, así como también de una predicación centrada en Cristo y en la salvación por la gracia mediante la fe.

Baxter hace hincapié en la importancia del estudio de la Escritura y la necesidad de que los pastores sean teólogos competentes. Según él, el pastor debe estar completamente equipado para enseñar y defender la verdad bíblica, para corregir errores y para guiar a su congregación en el camino de la verdad. La teología, para Baxter, no es una disciplina seca y abstracta, sino una herramienta vital para la obra pastoral efectiva. Debe ser aprendida, enseñada y aplicada con diligencia y con amor.

Otro tema importante que Baxter aborda es la necesidad de que los pastores sean líderes piadosos y modelos de santidad. Él cree que un pastor debe ser una persona cuyo carácter y conducta reflejen la verdad del evangelio. La santidad no es opcional, sino que es una característica esencial de la vida de un pastor y debe ser cultivada a través de la oración, el estudio de la Escritura y una vida de comunión con Dios. Baxter escribe: «Un hombre que no vive lo que predica, es una plaga y un engaño en la iglesia de Dios».

Baxter también destaca la importancia de la predicación expositiva de la Escritura. Él cree que la predicación debe ser una exposición clara y fiel de la Palabra de Dios, y que el predicador debe esforzarse por entender y explicar el significado original del texto bíblico. Baxter enfatiza que la predicación debe ser centrada en Cristo y en la salvación por la gracia mediante la fe, y que debe ser aplicada a la vida de la congregación. Él escribe: «Un predicador no es un orador, sino un instrumento en las manos de Dios para la conversión de los pecadores y la edificación de su pueblo».

Otro tema importante que Baxter aborda en su libro es la importancia de la disciplina eclesiástica y la responsabilidad pastoral. Él cree que los pastores tienen la responsabilidad de cuidar y proteger a su congregación de los errores doctrinales y las prácticas pecaminosas. La disciplina eclesiástica, según Baxter, es un medio de amor y de gracia, destinado a ayudar a los creyentes a vivir en obediencia a la Palabra

¿Qué es el bautismo del Espíritu?

¿Qué es el bautismo del Espíritu?

El bautismo del Espíritu Santo es la obra por la cual el Espíritu Santo viene a residir en el creyente (Jn. 14:16-17; Hch. 2:38) y lo coloca en unión con Cristo (Gál. 3:27; Col. 2:13) y con la iglesia (Hch. 2:41) en el momento de la salvación.

Esta obra del Espíritu Santo ocurre en el momento de la salvación, no en un momento posterior. Existe una relación directa entre el bautismo del Espíritu Santo y la regeneración y conversión lo cual descarta una experiencia separada entre ambos momentos. Tenemos varios argumentos bíblicos que confirman esta postura:

En primer lugar, el lenguaje del Nuevo Testamento no nos permite distinguir entre ser bautizados en el Espíritu y recibir el Espíritu. Por ejemplo, en Hechos 1:5 Jesús anuncia el día de Pentecostés como la llegada del Espíritu Santo y lo describe como ser bautizados en el Espíritu. Lo mismo vemos con la llegada del Espíritu Santo a los gentiles en casa de Cornelio (Hch. 11:1-18). Tener el Espíritu sobre nosotros, recibir, ser llenos y ser bautizados en el Espíritu son una y la misma experiencia.

En segundo lugar, la universalidad del don del Espíritu fue uno de los puntos principales de la profecía de Joel (2:28-32). El Espíritu sería derramado sobre toda carne y vendría no sólo sobre personas en concreto, como en el Antiguo Testamento. Por lo cual no hay lugar a creyentes que se encuentre en un estado de salvación sin derramamiento del Espíritu Santo en sus vidas.

En tercer lugar, en 1 Cor. 12:13, Pablo explica que todos hemos sido bautizados en un solo cuerpo y se nos ha dado a beber de un mismo Espíritu. Este texto habla de que no hay distinciones en la salvación y que Dios nos ha dado libertad y el Espíritu Santo.

En cuarto lugar, no se puede separar las personas de la Trinidad. Si estamos unidos a Cristo esto implica que estamos unidos a las otras dos personas de la Trinidad. Si alguien recibe al Hijo encontrará que trae consigo, por un lado, a Su Padre y por otro, al Espíritu Santo, no hay posibilidad de desunión entre ellos.

Una posible contraposición diría que en el bautismo del Espíritu Santo hay manifestaciones de dones milagrosos, algo que no suele haber en el momento de la conversión por lo cual son experiencias independientes. Podemos responder señalando que las manifestaciones milagrosas eran apostólicas. Una muestra de que el Espíritu Santo que residía en los Apóstoles y en la primera iglesia era el mismo que en Cristo. Pero Hechos es un libro histórico y por lo tanto sólo descriptivo, no podemos usarlo como base para esa argumentación sino que tenemos que apoyarnos en las epístolas, las cuales no muestras independencia entre la salvación y el bautismo del Espíritu Santo

En conclusión, estar en Cristo significa tener comunión con Él y esto a su vez significa que compartimos plenamente todo lo que Él tiene. Nuestra unión con Él provoca la llegada a nuestra vida del mas precioso de los dones, la morada plena y desbordante del Espíritu Santo. Por lo tanto el bautismo del Espíritu no es independiente de la salvación.

Si Jesús es Dios, ¿Cómo puede ser tentado?

Si Jesús es Dios, ¿Cómo puede ser tentado?

Todos hemos oído y leído en muchas ocasiones que Dios no puede ser tentado (Stg. 1:13) y no puede pecar porque no tiene pecado (1 Jn. 3:5). Entonces cuando nos acercamos a los evangelios una pregunta puede surgirnos: Si Jesús es Dios y Él no puede pecar ¿Cómo puede ser que haya sido tentado? ¿No hace este detalle falsa la tentación? ¿y en caso de que esta tentación no sea verdadera, cómo será Jesús un Sumo sacerdote que pueda compadecerse de nosotros (Heb. 4:15)?

Jesús poseía un solo cuerpo pero dos naturalezas, ambas plenas. La naturaleza divina era de la misma sustancia que el resto de personas de la Trinidad, y por lo tanto, con sus mismos atributos. La humana era semejante a la nuestra, con una excepción, Jesús fue creado sin el pecado heredado de Adán. Al carecer de pecado original la tentación no podía ser interna, como todos los seres humanos (Mat. 15:18; Stg. 1:14-15) ya que Él no tenía esa inclinación hacia el mal. Por eso era necesario que esa tentación viniera de fuera, de ahí que Satanás mismo quisiera tentarlo. En este sentido la discusión se centra en si una persona que no tiene la capacidad de pecar puede ser tentada. La respuesta es sí, Jesús fue tentado en Su naturaleza humana pero la voluntad de Su naturaleza divina, dirigida por el Espíritu Santo, le permitió soportar sin caer.

Las pruebas que Cristo experimentó fueron aptas sólo para el Dios encarnado. Ningún hombre común podría ser jamás tentado a convertir piedras en pan, ni a tirarse del pináculo del templo esperando ser cogido por los ángeles, pero para Jesús sí era una tentación. Aunque estas pruebas estaban fuera de la experiencia habitual de los seres humanos, las áreas representadas eran comunes a todos. Los deseos pecaminosos se pueden clasificar como deseos de la carne, deseos de los ojos o vanagloria de la vida (1 Jn. 2:16). Las pruebas de Mateo 4:1-11 recaen en estas tres categorías. Jesús no experimentó cada prueba que los seres humanos experimentan sino que sufrió pruebas que encajan en las mismas categorías que las nuestras (Heb. 4:15). Con esto en mente podemos decir que las tentaciones de Jesús fueron más intensas que las nuestras debido a que Él no cedió, como Adán hizo, sino que la soportó hasta que salió victorioso. Satanás usó todo su poder para intentar hacer caer al Hijo de Dios el cual soportó 40 días de ayuno. Su voluntad divina estuvo firme en todo momento pero su naturaleza humana sufrió el desgaste de pasar hambre y el ataque del Diablo. Cuando Satanás le tentaba con convertir las piedras en pan su naturaleza humana se sentía tentada por la idea de comer, cuando Satanás le ofreció los reinos de este mundo su naturaleza humana se sintió tentada por la idea de no tener que ir a la cruz. Jesús sufrió y luchó con esas tentaciones pero la voluntad divina dirigida por el Espíritu Santo lo sostuvo.

Una posible contra argumentación afirmaría que Dios es omnisciente y por lo tanto no necesita experimentar la tentación para conocer su dificultad y compadecerse de nosotros. Podemos responder señalando la relación entre Adán y Cristo. Jesús es el postrer Adán (Rom. 5; 1 Cor. 15:20-22) y triunfa donde el primero ha fallado. Por eso es necesario que Jesús pase una tentación tan parecida a la de Adán para mostrar su perfección y su validez como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29). Es en este proceso donde Cristo experimenta la tentación y siente en Su humanidad algo que ya sabía por Su divinidad.

En conclusión, Jesús fue tentado en su naturaleza humana y sostenido sin pecado por Su voluntad divina, logrando de esta manera, como dice Heb. 4:14-16 ser un Sumo sacerdote que puede compadecerse de nuestras debilidades. Cristo fue arrojado a la arena de la tentación y conoce la angustia de la misma porque ha experimentado tanto la fuerza del agresor, la debilidad de la naturaleza humana como la dificultad de la resistencia.

¿Qué son los proverbios?

¿Qué son los proverbios?

Debemos entender los Proverbios como verdades generales que nos expresan un patrón de la existencia y la sabiduría humana. No son leyes absolutas, ni universales, tampoco promesas para aquellos que las cumplen. El objetivo de Proverbios es ser un tesoro de sabiduría que se transmite de un padre a su hijo para vivir una vida bajo la sabiduría de Dios agradándole sólo a Él.

Llegamos a esta conclusión cuando estudiamos en género literario en particular de los Proverbios. Si Dios ha movido a hombres para comunicarse significa que Dios ha usado formas literarias humanas. En la comunicación el mensaje va codificado en un lenguaje y estilo que es necesario conocer para entender bien aquello que se transmite. Por eso es necesario conocer los géneros literarios en los que está escrita la Biblia para poder interpretar correctamente el mensaje. El género literario de los Proverbios sería comparable con los refranes de hoy en día, los cuales no toman en cuenta las excepciones sino que se limitan expresar el estereotipo general en una frase que pretende ser una “píldora” de sabiduría para el ser humano.

Las implicaciones que tiene defender que los Proverbios son verdades absolutas serían:

1. Tener que justificar los incumplimientos de algunos de ellos por ejemplo Prv. 4:10 donde asocia conocer la sabiduría con vivir muchos días. Si lo tomásemos literalmente todos los que “reciben” los proverbios viven mucho años y sabemos, por experiencia, que no siempre es así.

2. Elimina la soberanía de Dios sobre la vida de los seres humanos. Aquellos Proverbios que nos anuncian “largura de días” (3:2; 9:11; 10:27; 28:16; 31:12) o la muerte (2:18; 5:5; 7:27; 8:36; 9:18; 10:2;11:19) parecen dejar en manos del cumplidor añadir o quitar días a su vida. En cambio el libro de Job o el Sermón del monte (Mat. 6:27) nos dejan claro que es Dios quien gobierna sobre su creación.

Las implicaciones que tiene defender que los Proverbios son verdades generales.

1. Ya que son verdades generales de la experiencia humana son extrapolables a cualquier época y lugar independientemente del contexto del autor. De esta manera los Proverbios son, cada uno de ellos, píldoras de sabiduría útiles al ser humano siempre.

2. Son estándares de una vida que se vive a la luz de la sabiduría de Dios, así que nos sirven como mapa y guía de como tomar decisiones sabias en nuestra vida, siéndonos de advertencias ante los peligros que puedan ocurrir.

¿Hizo lo correcto Rahab?

¿Hizo lo correcto Rahab?

La conquista de Canaán por parte de Israel comienza con el cruce del río Jordán y la toma de Jericó. En este episodio, narrado de forma épica en el libro de Josué, nos encontramos con Rahab, ascendente del rey David y por tanto de Jesús (Mat. 1:5), la cual mintió para salvar la vida de los dos espías que Josué había introducido en la ciudad antes de tomarla. Este acto fue decisivo para la toma de Jericó y por tanto para el inicio de la conquista de Canaán, pero ¿hizo bien Rahab en no decir la verdad? o, por el contrario, ¿tenemos que entender su acto como un pecado y tendría que confiar en Dios?

Antes de dar una respuesta a esta pregunta diremos que el Antiguo Testamento no está escrito de una manera moralista, para que busquemos la imitación, sino que está escrito para describirnos cómo se desarrolla el plan salvífico de Dios a lo largo de la historia. Esto implica que todo acercamiento al texto lo tendremos que hacer con cautela. No cayendo en el error de imponer juicios morales actuales en un texto del s. XIII a.C.

A la luz de Jos. 2:1-14 considero que Rahab no pecó al ocultar a los espías de Israel y encubrir este hecho a las autoridades de Jericó. Las razones para esta afirmación son las siguientes:

1. La santidad de la vida humana. Gén. 9:6 declara que el ser humano no tiene autoridad para quitar la vida a otro ser humano. La autoridad de la muerte sólo la tiene Dios. El ser humano es llamado a proteger y propagar la vida siendo fecundos y multiplicándose hasta llenar la tierra (Gén. 9:7). Rahab hizo todo lo posible por proteger la vida de estos hombres, no fue un acto de cobardía, sino todo lo contrario ya que si se descubría que ella los había ocultado su vida correría peligro. Rahab se encontraba ante una situación donde tenía la vida de estos hombres en la mano y eligió la vida en vez de la muerte.

2. La comparación con Acán (Jos. 7). Existe un fuerte contraste entre estos dos personajes de los primeros capítulos de Josué, en sus acciones y sus consecuencias para Israel, para sus familias y para ellos mismos. Estos contrastes nos hacen ver que estas dos historias no están puestas en la escritura por casualidad sino para mostrarnos como la obediencia a los mandatos divinos debe ser la manera de comportarse del pueblo de Dios y como es Dios quién da la victoria y no la fuerza del pueblo.

3. Oponerse a Israel es oponerse a Dios. En el pacto abrahámico Dios dice “Bendeciré a los que te bendigan y al que te maldiga, maldeciré” (Gén. 12:3), además Dios le había prometido a Josué que nadie podría hacerle frente en la conquista mientras él viviera (Jos. 1:5) así que oponerse a la conquista de Israel era oponerse a la voluntad de Dios. Rahab escoge ponerse en el bando de los que buscan la voluntad de Dios (Jos. 2:9, Jos. 2:11) en contra del rey de Jericó se le opuso a Israel.

4. El resto de la Escritura considera la fe de Rahab. Dios bendice a Rahab salvando su vida y la de su familia (Jos. 6:23), incluyéndola en la línea de la simiente de la mujer (Mat. 1:5) y poniéndola como una heroína de la fe (Heb. 11:31) donde además se afirma que gracias a esa fe no pereció con los desobedientes declarando implícitamente que ella fue obediente al ocultar a los espías. Además Santiago nos informa que la acción de Rahab fue una manifestación de una fe justificadora (Stg. 2:25) dando muestra de que su fe es una fe que se manifiesta en obras y por lo tanto viva (Stg. 2:26).

Así que concluyo que Rahab no cometió pecado en su acción de ocultar a los espías sino que fue un acto de obediencia al Dios cuya voluntad era dar la tierra de Canaán, y con ella la ciudad de Jericó, a los descendientes de Abraham.

¿Fue justo Dios al endurecer el corazón del Faraón?

¿Fue justo Dios al endurecer el corazón del Faraón?

Cuando nos acercamos al texto del libro de Éxodo para estudiar este tema lo primero que nos llama la atención es que existen los mismos números de pasajes, diez, que afirman que Dios endureció el corazón de Faraón (4:21; 7:3; 9:12; 10:1, 20, 27; 11:10; 14:4, 8, 17) como que fue Faraón quien endureció su corazón (7:13, 14, 22; 8:15, 19, 32; 9:7, 34, 35; 13:15).

Así que podemos afirmar que según el texto tanto Dios como Faraón actuaron endureciendo el corazón del rey de Egipto. Esta doble acción sobre el corazón del Faraón podemos entenderla cuando comprendemos la naturaleza de la acción de Dios y la respuesta de Faraón.

Faraón es un instrumento en la mano de Dios para el cumplimiento de la voluntad divina. La finalidad de Dios, al endurecer el corazón de Faraón, es cumplir el pacto hecho a Abraham. Dios había dicho a Abraham que sus descendientes iban a ser oprimidos en una nación extranjera durante cuatrocientos años (Gén. 15:13) pero que llegaría un momento que juzgaría a esta nación extranjera y que los descendientes de Abraham saldrían de esa tierra con grandes riquezas (Gén. 15:14). De esta manera serían conducidos a la tierra de Canaán donde tomarían posesión de la tierra prometida a Abraham (Gén. 15:16). Dios se había hecho protector del pacto (Gén. 15:1) y por lo tanto el responsable para cumplirlo. Así que el endurecimiento del corazón de Faraón por parte de Dios es sólo un vehículo para traer juicio (las diez plagas) a Egipto a causa de su rey y así cumplir fielmente con el pacto dado a Abraham sacando a la nación de Israel de Egipto y llevándola a Canaán.

Por otro lado el endurecimiento del corazón de Faraón es la respuesta natural de la persona no regenerada ante la exposición de la Palabra (2 Tim. 4:1-5). Cuando Moisés explica que viene en nombre del único Dios verdadero el verdadero y Rey de reyes el rey de Egipto endurece su corazón en rebeldía para no ceder su poder. Su acto endurecimiento rebelde trae más ira de Dios sobre su vida y la nación que gobierna.

Entonces entendiendo esto es natural preguntarnos ¿es justo que Dios condicione a una persona endureciéndola y así evitando que se arrepienta? ¿No es esto un acto de injusticia de parte de Dios? La igualdad de textos donde se nos expresa la responsabilidad de Dios y también la de Faraón dan a entender que éste último no era inocente de su pecado. El castigo que él sufre es debido a su rebeldía contra Dios. Por otro lado Dios es soberano (este es el tema principal de Génesis) creador, Señor y Rey de todas las cosas y por lo tanto tiene autoridad para actuar según le plazca con la vida de todos los seres incluso para quitarles la vida. Así que Dios no peca en ningún momento cuando usa a pecadores para llevar a cabo sus planes sabia y soberanamente.

En conclusión, Dios obró en la vida de Faraón endureciendo el corazón de hombre rebelde que se niega a arrepentirse. Esto no provoca un acto de injustica por parte de Dios porque Él tiene la autoridad sobre toda la creación para obrar como Él quiera, nadie merece salvarse y Dios no tiene porque salvar a nadie. Además Faraón tampoco es una víctima inocente ya que voluntariamente rechaza la Palabra de Dios y sufre el castigo prometido por Dios a los incrédulos.

La inmutabilidad de Dios

La inmutabilidad de Dios

La inmutabilidad de Dios forma parte de su propio ser y por tanto de sus atributos, por lo cual, es necesario conocerla para un correcto conocimiento de Dios. El creyente que quiere vivir en obediencia, agradando así a Dios, debe conocer de Dios lo que Él ha revelado. De esta manera podrá vivir de la manera correcta bajo el gobierno del único Dios verdadero (Jn. 17:3). Por eso, en este artñiculo, vamos a centrarnos en definir la inmutabilidad de Dios y su fundamento bíblico para luego reflexionar acerca de las implicaciones que este atributo divino tiene para el creyente y la Iglesia.

La inmutabilidad de Dios.

Decir que Dios es inmutable significa que Él es inalterable en en su ser, perfecciones, propósitos y promesas. Debido a esto podemos decir que Él no cambia (Nm. 23:19; Sal. 33:11; 102:27; Mal. 3:6; Heb. 6:17; Jos. 1:17). Esta inmutabilidad de Dios no significa que Él es un ser inmóvil o inactivo, sino que nunca es inconsecuente consigo mismo ni está sujeto a un proceso de cambio o desarrollo.

La inmutabilidad de Dios está en contraste con la mutabilidad de toda la creación. La mutabilidad es una característica de las criaturas de Dios mientras que la inmutabilidad le pertenece sólo a Él. El cambio no siempre se produce por algo malo, sino que en ocasiones es debido a procesos naturales. Por ejemplo, el hecho de haber sido creado implica un cambio ya que en un instante no se existe y al siguiente sí. Otros ejemplos los tenemos en el tiempo meteorológico, las estaciones del año, las especies animales, las mareas, los continentes e incluso las estrellas. Todo esto es demostración de la mutabilidad de la creación la cual no es siempre igual. En contraste está Dios el cual es el mismo siempre (Heb. 13:8). Esta idea la expresa el salmista “Ellos perecerán, pero Tú permaneces; y todos ellos como una vestidura se desgastarán, como vestido los mudarás, y serán cambiados. Pero tú eres el mismo, y tus años no tendrán fin” (Sal. 102:26-27) donde se denota el claro contraste entre el creador y lo creado.

Esta diferencia es mucho más evidente cuando comparamos a Dios con el ser humano. Incluso en su mejor estado, en el de inocencia antes de la caída, el ser humano era mutable. Siendo mutable y abandonado a la mutabilidad de su voluntad, cuando fue tentado, cayó en pecado y perdió la rectitud de su naturaleza. Ahora es una criatura sujeta a innumerables cambios en la vida: enfermedades de distintos tipos cambian su salud, la edad va cambiando su aspecto, el conocimiento cambia su experiencia de vida y finalmente la fuerza y la mente se van deteriorando hasta convertirle en polvo. En cambio, Dios y su palabra, permanecen para siempre (1 Pd. 1:24-25).

La evidencia bíblica nos enseña que la inmutabilidad es un atributo que Dios reclama como propio de sí mismo (Mal. 3:6) y está relacionado con toda su persona.

1. Dios es imputable en esencia. Dios al ser un Espíritu infinito, increado y simple (en el sentido de no compuesto o no dependiente de otra parte) es entera y perfectamente inmutable. Siendo eterno no puede haber cambio alguno en el tiempo, porque Dios vive fuera del tiempo. En este sentido la Escritura lo define como el anciano de días (Dan. 7:9) o alguien que está por encima del tiempo (2 Pd. 3:8). Dios es el ser más perfecto y no mejora ni cambia, no envejece ni va progresando y adquiriendo más conocimiento con el paso de tiempo (Sal. 102:27). Su estado es absoluto y por tanto no existe cambio a otro superior ni diferente.

En ocasiones se suele argumentar, en contra de la inmutabilidad de Dios, diciendo que la encarnación la contradice y anula. Esto, dicen, ocurre porque la encarnación es un cambio en la existencia de la segunda persona de la Trinidad al hacerse hombre. En contra de esta argumentación podemos decir que Cristo tenía dos naturalezas en su único cuerpo. Su naturaleza divina no fue modificada o cambiada por la naturaleza humana, sino que su naturaleza divina fue manifestada en la carne (1 Tim. 3:16). La naturaleza humana de Cristo no aportó perfección ni imperfección a la divina, aunque la naturaleza humana recibió dignidad y honor por su unión con él y fue adornada con los dones y gracias del Espíritu sin medida. Así que la naturaleza divina de Cristo no cambió preservando su inmutabilidad.    

2. Dios es inmutable en sus atributos. Todos los atributos de Dios se encuentran entrelazados unos con otros de tal manera que no se puede considerar uno sin prestar atención al resto, esto pasa también con la inmutabilidad. Así por ejemplo Dios es el mismo en su poder como siempre, no se agota, ni en lo más mínimo. Su mano no se acorta, Su fuerza es eterna. Su sabiduría es desde toda la eternidad, sabía tanto entonces como ahora y como él es glorioso en santidad esa perfección nunca se empaña, nunca puede ser mancillada, sino que siempre es la misma. No hay injusticia en Dios, él no puede cambiar de la santidad a la impiedad, de la justicia a la injusticia, Él es el justo. De esta manera podemos decir que Dios es inmutablemente bueno, e inmutablemente Justo e inmutable en toda perfección.

3. Dios es inmutable en sus propósitos y decretos. Dios ha determinado todo lo que alguna vez fue, es o será y todas las cosas suceden según el consejo de su voluntad. Por eso sus propósitos y decretos son inmutables. Los propósitos de Dios siempre se llevan a cabo. La biblia habla expresamente de la inmutabilidad del consejo de Dios (Heb. 6:17). No está en poder de los hombres y de los demonios anular designios de Dios, nada de lo que puedan hacer sirve en contra del consejo de Dios, porque es inmutable y permanece para siempre (Sal. 33:11; Prv 19:21, 21:30; Isa. 14:24, 27, 46:10).

4. Dios es inmutable en su relación con su pueblo. El amor de Dios con su pueblo es sin variación alguna en su propio corazón, aunque Sus manifestaciones sean diferentes. En el momento de la salvación o de la disciplina Dios siempre ama a Su pueblo y nada puede cambiar ese amor por los suyos ya que Él es el mismo ayer que hoy y lo será mañana (Heb. 13:8). La caída no hizo ninguna diferencia en Él. Aunque los objetos especiales de la creación cayeron con Adán a las profundidades del pecado y la miseria, esto no produjo un cambio en el amor de Dios, sino que continuó amándolos. El claro ejemplo de su continuo amor fue enviar a Su Hijo para ser el sacrificio expiatorio por los pecados (Rom. 5:8). Este amor inmutable lleva a Dios a dar vida a los que están muertos en sus pecados (Efe. 2:5).  Que Dios oculte su rostro de su pueblo (Ez. 39:29; 2 Cr. 6:42; Sal. 10:11) o lo castigue son más bien pruebas de filiación que argumentos en su contra. Las reprensiones de Dios hacia ellos son reprensiones en amor, y no en ira. Aunque castiga sus transgresiones con vara y azotes, no les quita en absoluto su bondad amorosa en Cristo (Jer. 31:18, 20; Heb 12:6-8; Apo. 3:19; Sal. 89:32, 33).

Las implicaciones de la inmutabilidad de Dios para el creyente.

Ahora, que ya hemos visto que es la inmutabilidad de Dios y la relación con sus otros atributos nos planteamos que implicaciones tiene para la vida del creyente.

1. Confianza en una salvación inmutable. Podemos estar confiados en nuestra salvación porque está segura en Cristo (Jn. 6:37), la segunda persona del Dios inmutable. La salvación es una obra de Dios en la cual Él ha determinado salvar a sus escogidos desde antes de la fundación del mundo (Efe. 1:4) para bendecirlos con toda bendición espiritual (Efe. 1:3) y por tanto esta obra es inmutable. Aquellos que Dios ha salvado en Cristo (Efe. 1:3, 10, 12, 20; 2:6, 7,10, 13; 4:32) pueden estar seguros que Su voluntad de salvarlos no va a cambiar nunca. Tampoco ocurrirá que alguien puede venir y arruinar esa salvación (Rom. 8:38-39). Además, Dios provee todo lo necesario para que el salvo continúe siendo salvo y persevere en esa salvación. Como es Dios inmutable ni Él se arrepentirá de salvarnos y cambiará de opinión ni habrá nadie que pueda arrebatarnos de su mano (Rom. 8:35-39).

2. Confianza en una Palabra inmutable. La Biblia enseña que la Palabra de Dios es útil para transformarnos a la imagen de Cristo y estar equipados para toda buena obra (2 Tim. 3:17). Si Dios es inmutable sus palabras métodos e ideas también lo son y por eso podemos estar seguros de que estamos trabajando con las mejores herramientas porque son aquellas provistas por Dios y Él no cambia. En cada generación se levantan voces que afirman tener nuevos métodos o fórmulas para lograr el crecimiento espiritual, proclamando que lo que dice la Biblia es anticuado o ineficaz. Dios, en su providencia, siempre ha levantado hombres que contrarrestaran esta enseñanza, esto fue muy evidente en la época de la reforma donde los reformadores creían en la Biblia como el mensaje escrito de parte de Dios. Era confiable, sin duda alguna, se la estudiaba, se le tenía en cuenta. Se la tomaba como la autoridad definitiva con relación a tales temas sobre los que habla o hace afirmaciones. Dios no había revelado todo. La Biblia no contenía expresamente toda la verdad que podía conocerse. Pero lo que enseñaba se creía que era totalmente confiable. La verdad en cualquier otra rama no contradecía la verdad bíblica. A partir de la Biblia se podía encontrar el verdadero conocimiento de la realidad[1].

De esta manera el creyente puede confiar en la Palabra de Dios para acudir a ella en el momento de la angustia, sufrimiento o corrección y ella tendrá una respuesta adecuada para cada situación. Porque las verdades que Dios ha declarado en ella no han cambiado ni las promesas y caminos de Dios dejarán de ser.

3. Confianza en las inmutables promesas de Dios. La Biblia es un libro lleno de promesas. Desde el huerto del Edén, donde Dios prometió a Adán y Eva la muerte si comían del fruto prohibido (Gén. 2:17) o la promesa del envío de Aquel que pisaría la cabeza de la serpiente (Gén. 3:15), pasando por todas las promesas de los pactos hasta llegar a Cristo y su promesa de retornar a buscar a Su Iglesia. Las promesas se basan en la confianza, por eso tienen la misma certeza que nos transmite la persona que las hace. Si la persona que promete algo es de poca confianza esa promesa no tendrá ningún valor. En cambio, cuando es un Dios inmutable el que da la promesa, esta es segura (2 Cor. 1:2). Por eso el creyente puede vivir confiado en las promesas de Dios porque una vez enunciadas por Él son inmutables y no pueden ser cambiadas por Dios ni anuladas por sus enemigos.

Las implicaciones de la inmutabilidad de Dios para la Iglesia.

Hemos meditado en las implicaciones individuales de la inmutabilidad de Dios en los creyentes. Ahora vamos a poner el foco en el colectivo y reflexionar sobre las implicaciones para la el cuerpo de Cristo.

1. Somos columna y sostén de una verdad inmutable. El Apóstol Pablo describe de esta manera cual es la función de la iglesia en su carta a Timoteo (1 Tim. 3:15). Esta es una manera de definir que la tarea de la Iglesia es poner en alto la Palabra de Dios y proclamarla de una manera fiel. La idea de poner en alto es que pueda ser contemplada por todos y a la vez sirva de luz a todos (Mat. 5:15). Una iglesia debe procurar que sea conocida como un lugar donde se proclama la Palabra de Dios. La iglesia es la asamblea donde se predica fielmente el evangelio, se observan correctamente los sacramentos y se lleva a cabo una disciplina fiel[2]

Al conocer que Dios es inmutable por lo tanto Su Verdad es inmutable este mandamiento cobra aún más relevancia porque la iglesia es llamada a tener en alto la única verdad inmutable la Verdad de Dios. Por eso es esencial que la iglesia tenga como prioridad la predicación. Como ha dicho Martyn Lloyd-Jones “[La predicación] Esta es la tarea principal de la Iglesia, la tarea principal de los líderes de la Iglesia, los cuales están en esa posición de autoridad; y no debemos permitir que ninguna cosa nos desvíe de esto por muy buena que sea la causa y por muy grande la necesidad”[3].

2. Somos el cuerpo inmutable de Cristo. La doctrina profusa de la Iglesia como cuerpo de Cristo es una metáfora que hace evidente la naturaleza de la Iglesia, no como organización sino como organismo vivo compuesto de muchas partes relacionadas entre sí y que dependen unas de otras. Cristo es la Cabeza de este cuerpo (Sal. 118:22; Efe. 1:22; 5:23; 1 Cor. 11:3; Col. 1:18) y el Espíritu Santo es su tejido sanguíneo y vital[4]. Esta obra divina es inmutable por naturaleza y por tanto eterna y perfecta esto implica la consideración que la iglesia tiene que tener de sí misma. No somos un club de socios, ni una ONG, ni una organización empresarial, ni una religión somos un cuerpo formado por muchos miembros los cuales Dios ha capacitado con dones para el crecimiento de los mismos (1 Cor. 12:12-27). La Iglesia debe huir de buscar otros sistemas de organización que la describan y centrarse en ser el cuerpo de Cristo donde Él es la cabeza y por tanto el Señor de ella. Esto implica también que la Iglesia debe también huir de rendirse ante otros señores que quieran enseñorearse de ella.

3. No nos adaptamos a un mundo mutable. El pueblo de Dios vive en el mundo en una época concreta y siempre tiende a mimetizarse con el mundo en que le toca existir. Es normal y no está mal que la Iglesia se adapte a ciertos detalles culturales como el idioma, la forma de vestir o la tecnología. En cambio, al ser nuestro Dios un Dios inmutable, el pueblo de Dios no necesita del mundo para llevar a cabo su labor, sino que tiene que hacerlo en dependencia del Espíritu Santo (Rom.12:2)

En muchas ocasiones tendremos la tentación de que la iglesia tiene adaptarse a la moral de la sociedad en la que vivimos para hacerse más cercano a las personas, pero debido a que nuestro Dios es inmutable no nos debemos dejar arrastrar por un mundo donde la ética y la moral son mutables, lo que ayer estaba mal hoy está bien y mañana no lo sabemos (Prv. 17:13; Isa. 5:20).

Conclusion.

La inmutabilidad de Dios es un atributo exclusivo de Él que no comparte con nadie más. Es la capacidad de ser siempre el mismo en su persona y esencia. Esto hace de Dios un Ser perfecto y confiable.     Este atributo de Dios trae confianza a su pueblo y le permite vivir a la sombra de Dios sabiendo que Él es un Dios sabiendo que Él es un Dios que no falla y que sus promesas se cumplirán siempre.

Una posible contra argumentación acerca de la inmutabilidad de Dios sería decir que ella no tiene ninguna aplicación o influencia en la vida del pueblo de Dios. Debido a que es un atributo incomunicable, que sólo le pertenece a Dios y no a su creación, el ser humano no la puede llegar a comprender ni a usar. En respuesta a esta afirmación podemos decir que al ser Dios el Soberano de toda lo que existe y gobernador de todo lo creado su inmutabilidad es de gran importancia para todas Sus criaturas. Un Dios mutable, abandonado a los designios de unas emociones cambiantes, haría que Su Palabra no tuvieses valor ninguno porque podría ser que ahora pensase de manera distinta. La existencia de un Dios inmutable hace que Su pueblo sea el pueblo que busca, cree, proclama y descansa en la Verdad inmutable de Dios.


[1] L. Russ Bush y Tom J. Nettles, Baptists and the Bible (Chicago: Moody, 1980), p. 175

[2] Themelios 40, no. 1 (2015). Pág. 20.

[3] Martyn Lloyd-Jones, La Predicación Y Los Predicadores, 2nd ed. (Moral de Calatrava. Ciudad Real. España.: Ed. Peregrino., 2003). Pág. 26.

[4] MacArthur John, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento. Gálatas, Efesios. (Grand Rapids, Michigan: Portavoz, 2010), Pág. 13.

¿Cuál es el origen del mal?

¿Cuál es el origen del mal?

El mal tiene su origen en Satanás.

La existencia del pecado es un hecho innegable. Ningún hombre puede examinar su propia naturaleza u observar la conducta de sus semejantes, sin que se le imponga la convicción de que existe un mal como el pecado. Pero además la Biblia afirma que Dios es omnisciente y creador de todas las cosas. Entonces podemos plantearnos ¿Es Dios culpable del mal? Ya sea por acción, creando el mal, o por omisión, no impidiendo su existencia, se puede intentar argumentar que Dios es culpable en algún grado de la maldad. Esta disyuntiva ha provocado que el problema del origen del mal siempre haya sido tema de debate en el cristianismo

La Biblia afirma, rotundamente, que Dios no tiene nada que ver con el mal. Dios es Santo o sea que no tiene relación ninguna con el pecado. La santidad de Dios no solo le lleva a no vincularse con el pecado sino también a castigarlo porque Dios aborrece la maldad, y si no la ha eliminado aún es por Su paciencia y por Su amor a Sus escogidos (Rom. 3:25). Pero en su momentos Dios juzgará todos la maldad (Hch. 17:31) y en la nueva creación ya no existirá (Mat. 6:19-20).

En cambio la Biblia sí enseña de donde viene la maldad, señalando a Satanás como su originador y también que todo aquel que se involucra en el pecado se involucra con Satanás (1 Jn. 3:8). Satanás fue el primer actor del pecado y el primer tentador. El pecado es el primogénito del diablo[1]. Estas evidencias nos muestran que:

1. Satanás es el Padre de la mentira, la maldad y el homicidio (Gén. 3:4-5; Jn. 8:44). Es señalado como alguien mentiroso por naturaleza, por lo que, todo lo que hace está empapado de esta mentira que forma parte de su ser.

2. Es el tentador y exhorta al ser humano a la rebeldía contra Dios (Efe. 6:11; Apo. 12:9). La obra del Diablo es atacar a Dios y contaminar con su maldad al mundo para que su mente entenebrecida se mantenga alejado de Dios.

3. Es el enemigo de los creyentes (Jn. 17:15; 1 Jn. 2:13-14; 1 Pd. 5:8). En su rebeldía contra Dios ataca también al pueblo de Dios. Este ataque se produce desde dos frentes, por un lado a través de la tentación para hacer pecar a los creyente, por otro incita al mundo a atacar a la Iglesia (Jn. 15:18-19).

4. Satanás busca ser adorado como Dios (Lc. 4:7). Es su deseo recibir la adoración que sólo es debido a Dios (Lc. 4:8) por eso vemos que el pecado es una motivación interna de Satanás, viene de su corazón, porque busca el deseo de algo que se le está prohibido, la gloria de Dios.

En conclusión, la Biblia nos demuestra que la maldad tiene su origen en Satanás, quien es la fuente de toda mentira y engaño. El Diablo trabaja para engañar a la humanidad y mantenerla rebelde contra Dios. Quizás algunos puedan contra argumentar que un Dios omnisciente y todopoderoso tiene algún grado de culpa en la maldad, pero Biblia explica claramente que Dios aborrece el pecado y pone bajo su ira a todos aquellos que la practican. Afirmando también que llegará un día en que Dios destruirá toda la maldad para después hacer una nueva creación donde vivir con Su pueblo por toda la eternidad donde ya no existirá la influencia de Satanás y por tanto la maldad.


[1] Thomas Watson, A body of divinity (Londres: The banner of truth trust, 1965), pág. 132-133.

¿Ama Dios a todos los seres humanos?

¿Ama Dios a todos los seres humanos?

Sí, Dios ama a todos los hombres pero ama de una manera especial a Su pueblo.

Cuando decimos que Dios es amor afirmamos que es parte de Su naturaleza darse a sí mismo con el propósito de traer bendición, beneficio o bien a otros[1]. El amor es uno de los atributos de Dios, éste forma parte de Su esencia y por lo tanto no es dependiente de nada externo para su existencia. Dado que Dios es absolutamente bueno en sí mismo, su amor no puede encontrar satisfacción completa en ningún objeto que no alcance la perfección absoluta. Ama a sus criaturas racionales por sí mismo o, dicho de otro modo, ama en ellas a sí mismo, a sus virtudes, a su obra y a sus dones[2].

El amor de Dios nace de Su voluntad y decisión de amar no de los méritos del objeto amado. Esto es importante porque nos ayuda a entender que Dios aborrece todo pensamiento pecaminoso y todo acto de pecado, pero ama a los pecadores que conciben y realizan esas obras sin deseo ni esperanza de ser liberados (Rom. 5:8; 1 Jn. 4:10). Incluso cuando los hombres expresan que aborrecen a Dios y no tiene el más mínimo deseo de abandonar su pecado, siguen siendo objetos del amor redentor de Dios[3].

Este amor de Dios se muestra dos maneras a la raza humana.

1. Un amor general a todos. Dios ama a Su creación y sobre todo al ser humano. Este amor de Dios se demuestra a través de obras de bondad a favor de toda la raza humana (1 S. 2:6; Sal. 145:9; Mat. 5:45). Los creyentes somos llamados a imitarlo cuando se nos ordena amar a nuestros enemigos (Mat. 5:44) a los cuales debemos mostrar amor a través de las obras, siendo así imitadores de Él (Lc. 6:27-36).

2. Un amor especial por Su pueblo: Aparte del amor general de Dios, los creyentes disfrutamos del amor de Dios por sus escogidos. Este amor especial tiene su mayor ejemplo en Cristo (Rom. 5:8). La Biblia usa dos ilustraciones para mostrar el amor especial de Dios por su pueblo, por un lado el amor de un esposo por su esposa (Os. 3:1; Ef. 5:23-24) y por otro el del Padre a un Hijo (1 Jn. 3:1). Los creyentes somos llamados a imitarlo amando a la Iglesia (1 Jn. 4:7) como miembros de un mismo cuerpo.

Una contra argumentación podría decir que en la Palabra, Dios, está siempre airado contra el impío (Sal. 7:11), que su alma aborrece al malo (Sal. 11:5) o que Dios pagará con ira y enojo a los desobedientes (Ro. 2:6-8). Estos textos parecen afirmar que Dios no ama a los incrédulos. Ante esto podemos decir que el amor de Dios no es un atributo aislado que actúa en separación del resto de sus atributos. No podemos separar el amor de Dios de su santidad, su justicia o su ira. Cuando Dios se relaciona con cualquiera de sus criaturas siempre lo hace siendo perfectamente Santo, perfectamente Justo, perfectamente bondadoso y perfectamente amoroso. Entonces sus relaciones con los impíos tienen que ser en un amor perfecto, aun cuando está castigando su rebeldía.

En conclusión Dios ama a todo el mundo de manera general mostrando su amor en actos de bondad que son pruebas de su amor por todos. Pero Dios no ama a todas las personas por igual sino que Su Pueblo es amado de una manera especial y cariñosa por su Padre celestial.


[1] Wayne Grudem, Teología sistemática (Miami, Florida, Michigan: Vida, 2007), pág 205.

[2] Louis Berkhof, The doctrine of god (West Linn, OR: Monergism, s. f.), pág. 77.

[3] John MacArthur, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Romanos 1-8 (Grand Rapids, Michigan: Portavoz, 2010), pág 327