Sí, Dios ama a todos los hombres pero ama de una manera especial a Su pueblo.
Cuando decimos que Dios es amor afirmamos que es parte de Su naturaleza darse a sí mismo con el propósito de traer bendición, beneficio o bien a otros[1]. El amor es uno de los atributos de Dios, éste forma parte de Su esencia y por lo tanto no es dependiente de nada externo para su existencia. Dado que Dios es absolutamente bueno en sí mismo, su amor no puede encontrar satisfacción completa en ningún objeto que no alcance la perfección absoluta. Ama a sus criaturas racionales por sí mismo o, dicho de otro modo, ama en ellas a sí mismo, a sus virtudes, a su obra y a sus dones[2].
El amor de Dios nace de Su voluntad y decisión de amar no de los méritos del objeto amado. Esto es importante porque nos ayuda a entender que Dios aborrece todo pensamiento pecaminoso y todo acto de pecado, pero ama a los pecadores que conciben y realizan esas obras sin deseo ni esperanza de ser liberados (Rom. 5:8; 1 Jn. 4:10). Incluso cuando los hombres expresan que aborrecen a Dios y no tiene el más mínimo deseo de abandonar su pecado, siguen siendo objetos del amor redentor de Dios[3].
Este amor de Dios se muestra dos maneras a la raza humana.
1. Un amor general a todos. Dios ama a Su creación y sobre todo al ser humano. Este amor de Dios se demuestra a través de obras de bondad a favor de toda la raza humana (1 S. 2:6; Sal. 145:9; Mat. 5:45). Los creyentes somos llamados a imitarlo cuando se nos ordena amar a nuestros enemigos (Mat. 5:44) a los cuales debemos mostrar amor a través de las obras, siendo así imitadores de Él (Lc. 6:27-36).
2. Un amor especial por Su pueblo: Aparte del amor general de Dios, los creyentes disfrutamos del amor de Dios por sus escogidos. Este amor especial tiene su mayor ejemplo en Cristo (Rom. 5:8). La Biblia usa dos ilustraciones para mostrar el amor especial de Dios por su pueblo, por un lado el amor de un esposo por su esposa (Os. 3:1; Ef. 5:23-24) y por otro el del Padre a un Hijo (1 Jn. 3:1). Los creyentes somos llamados a imitarlo amando a la Iglesia (1 Jn. 4:7) como miembros de un mismo cuerpo.
Una contra argumentación podría decir que en la Palabra, Dios, está siempre airado contra el impío (Sal. 7:11), que su alma aborrece al malo (Sal. 11:5) o que Dios pagará con ira y enojo a los desobedientes (Ro. 2:6-8). Estos textos parecen afirmar que Dios no ama a los incrédulos. Ante esto podemos decir que el amor de Dios no es un atributo aislado que actúa en separación del resto de sus atributos. No podemos separar el amor de Dios de su santidad, su justicia o su ira. Cuando Dios se relaciona con cualquiera de sus criaturas siempre lo hace siendo perfectamente Santo, perfectamente Justo, perfectamente bondadoso y perfectamente amoroso. Entonces sus relaciones con los impíos tienen que ser en un amor perfecto, aun cuando está castigando su rebeldía.
En conclusión Dios ama a todo el mundo de manera general mostrando su amor en actos de bondad que son pruebas de su amor por todos. Pero Dios no ama a todas las personas por igual sino que Su Pueblo es amado de una manera especial y cariñosa por su Padre celestial.
[1] Wayne Grudem, Teología sistemática (Miami, Florida, Michigan: Vida, 2007), pág 205.
[2] Louis Berkhof, The doctrine of god (West Linn, OR: Monergism, s. f.), pág. 77.
[3] John MacArthur, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Romanos 1-8 (Grand Rapids, Michigan: Portavoz, 2010), pág 327