El fracaso del siervo.


Tienen la mirada perdida, los brazos en jarra, se quedan quietos de cuclillas mientras otros saltan y se felicitan. Lloran y no lo disimulan. Es fácil reconocer a los jugadores que han perdido una final. Los intentan consolar pero no pueden porque hay pocas experiencias más duras en la vida de un ser humano que esforzarse y fracasar.

El fracaso actúa como un fantasma en la vida de todas las personas que inician algo. Coge forma de quiebra en aquel que empieza un negocio, de suspenso en aquel que estudia, de derrota en el equipo que entrena por la semana preparando el partido del sábado. Pero también formas más complejas y dolorosas como de divorcio en aquella pareja que está pensando en casarse.

Cuando nos convertimos en colaboradores de la obra de Dios podemos caer en el error de pensar que la victoria está ganada. Que si obedecemos a Dios todo nos vendrá de cara y éxito será parte de nuestro servicio. Pero ¿qué pasa cuando el fracaso llega? ¿Cuándo las personas a las que se suponen que tenemos que servir no son bendecidas o directamente rechazan nuestra labor? ¿Qué pasa cuando las iglesias se cierran, cuando ya no van niños a las escuelas dominicales porque sus padres piensan que pueden usar el tiempo en algo mejor, cuando a las reuniones viene menos gente, cuando los que asisten a las predicaciones llevan años escuchando la palabra de Dios pero no hay crecimiento en sus vidas?56bf6bd0ca06a_sport-1043190_640

En más de una ocasión he escuchado la frase “No existe el fracaso para el hijo de Dios” que suena muy bien, pero es una frase lapidaria que acaba dinamitando a aquellos que siendo hijos de Dios se sienten hundidos como Elías cuando llega al monte Horeb buscando la presencia de Dios. “He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida1 R. 19:10 Elías era uno de los responsables de hacer despertar al pueblo y está huyendo deprimido de Jezabel reconociendo que no es capaz de llevar a cabo la tarea.

Los profetas son un buen ejemplo de siervos obedientes que aparentemente no tuvieron el éxito que su tarea requería. Un claro ejemplo fue Jeremías.

Cuando el sacerdote Pasur, que era el oficial principal de la casa del Señor, oyó lo que Jeremías profetizaba, mandó que golpearan al profeta Jeremías y que lo colocaran en el cepo ubicado en la puerta alta de Benjamín, junto a la casa del Señor” Jr. 20:1-2

A pesar de hablar palabras directas de Dios, Jeremías fue rechazado por el pueblo hebreo, hasta el punto de reaccionar violentamente contra él. Pero el pueblo llano no fue el único que le volvió la espalda sino que hasta el propio sacerdote, el que se suponía líder espiritual del pueblo mandó que lo azotaran y luego lo pusieran en un cepo al lado del templo a modo de ejemplo para el resto de la sociedad.

El hombre que debía hablar palabras que despertaran al pueblo de anemia espiritual era puesto como ejemplo público de lo que le ocurría a la gente que iba contra los sacerdotes. El profeta elegido era ninguneado por todos y su mensaje se perdía en los oídos sordos de una sociedad que no quería oírle.

«¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo, y me venciste. Todo el mundo se burla de mí; se ríen de mí todo el tiempo. Cada vez que hablo, es para gritar: “¡Violencia! ¡Violencia!” Por eso la palabra del Señor no deja de ser para mí un oprobio y una burla. Si digo: “No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre”, entonces su palabra en mi interior se vuelve un fuego ardiente que me cala hasta los huesos. He hecho todo lo posible por contenerla, pero ya no puedo más.» Jr. 20:7-9

El éxito del siervo de Dios no reside en el resultado que espera obtener, o que otros esperan que obtenga, sino en obedecer íntegramente las palabras de Dios. Jeremías puede sentirse humanamente fracasado y es cierto que a los ojos de los que le rodean es un profeta apaleado que no consigue que nadie le haga caso.

Pero a pesar de este supuesto fracaso nos describe cual es la verdadera pasión del siervo de Dios, la obediencia. Sea cual sea el resultado, un Jeremías hundido y deprimido reconoce que aunque quiere dejar su labor hay un fuego ardiente en su interior que le impide callarse, que le impide dar un paso atrás e ir a casa, que le impide dejarse vencer por la violencia y el rechazo.

Si decidimos ser colaboradores de Dios allá donde estemos, en nuestra casa, en nuestra iglesia, nuestro trabajo o en el instituto el fantasma del fracaso vendrá a visitarnos cada cierto tiempo en forma de rechazo de frutos que no llegan o incluso de violencia. Es en estos momentos donde nuestra mirada tiene que estar puesta en el éxito de la obediencia.

El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él. Jn. 14:23

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Preparados… listos…


Sentirse preparado es una de los pasos principales para hacer algo. ¿Te imaginas que cuando vayas a operarte el médico te dice que no se siente preparado para ello?¿O que el abogado que te defiende en un juicio dice que es la primera vez que hace esto? Nunca nos fiaríamos de alguien así.

Hasta ahora, en los dos artículos anteriores, hablábamos de teoría. Está muy bien querer ser colaborador de Dios en su obra como Pablo (1 Co. 3:5-9) o romper con los moldes que la sociedad nos impone y dejar atrás este estilo de vida pasivo-consumista y dar el paso para ver la iglesia como un lugar donde ser de bendición para otro. Son intenciones loables, pero lo difícil puede ser cuando nos planteamos pasar a la Legs of a young man runningpráctica. Cuando nos encontramos ante la oportunidad de servir y las dudas nos asaltan ¿Cómo me preparo para hacer esto? ¿Cómo se que estoy preparado para ser de bendición en la vida de los que me rodean? ¿Cómo saber lo que Dios quiere de mi?. Si quieres ser pastor o misionero seguro que conoces 3 o 4 lugares, seminarios o institutos bíblicos a los que ir. ¿Pero como estar preparado para usar mis dones para interceder por mis hermanos, para enseñar a otros, para ser de aliento en la vida de aquellos que están derrotados por las pruebas o liderar a otros para parecerse más a Cristo en el día a día de mi iglesia local?

Dudar de estar preparado es el primer paso. Todo el que sirva en una iglesia local sea cual sea el ministerio siempre habrá tropezado con esta pregunta al menos una vez y puede que varias.

Hay un personaje en la Biblia que también dudó si él sería capaz de hacer lo que Dios le pedía y colaborar en la liberación de su pueblo, él era Gedeón.

Jc. 6 Empieza con un clásico del libro de jueces “Los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová; y Jehová los entregó en mano de Madián” entonces los israelitas cuando no pudieron más con esta opresión que estaban recibiendo “clamaron a Dios” (v. 7). Dios tuvo misericordia de ellos y levantó un juez que los liberara, Gedeón. Pero éste no estaba seguro de si podría y puso pegas “¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre” (v. 15). A pesar de las dudas iniciales el capítulo 7 de este libro nos acaba mostrando que este hombre con 300 soldados de Israel fueron capaces de derrotar a 120 000 madianitas. Esto ocurrió 700 años antes de que Leónidas y los suyos se levaran la fama. ¿Qué cambió? Pues que Gedeón se preparó para servir.

A través de su vida podemos aprender que para servir:

1. No esperes, trabaja e involúcrate: Dios envió a su ángel al encuentro de Gedeón y él ya estaba trabajando. Es más el saludo fue un “varón esforzado y valiente”. Gedeón sabía que Dios podía liberar al pueblo, pero mientras no llegó esa liberación él se puso a trabajar en lo que podía, recolectar comida antes del siguiente saqueo. No pienses que Dios te va llamar si estás sentado en el sillón de casa. Busca algo en lo que ayudar en tu iglesia local. Siempre hay algo en lo que podemos involucrarnos por muy pequeño que pienses que es (o que piensen los demás). Porque el contexto del trabajo es la mejor manera de saber los dones, cualidades y a lo que Dios nos llama en su obra.

2. Esfuérzate por conocer a Dios: En esta conversación que tuvo con el ángel, Gedeón demuestra que conocía la historia de Israel, conocía lo que Dios había echo con el pueblo. Eso no era algo que destacase en su generación Jc 2:10Se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel.” esto nos deja claro que esa generación no sólo no tenía una relación personal con Dios sino que es que no sabían nada de lo que Dios había echo por el pueblo hasta la entrada en Canaán. En cambio Gedeón sí, por eso puede confiar en Dios, porque lo conoce y sabe que ha hecho.

Es imposible que sepas lo que Dios quiere en tu vida o lo que te llame a hacer sino lees la Biblia y atienden en los estudios o predicaciones. ¿Por qué como saber lo que una persona quiere si no la conoces?

3. Tu haces, Él obra: Esto es algo que Dios mismo deja claro “¿No te envío yo?(v. 14) Gedeón sólo no podía defenderse, ni a su familia y menos a su nación sino ya lo hubiese echo. Sólo Dios puede, Gedeón será su brazo ejecutor pero la victoria es Dios, por eso cuando cuentan con Dios a favor el pueblo de Israel siempre vence, por que ellos pelean, pero Dios da la victoria. Cuando hacemos la voluntad de Dios el esfuerzo va por nuestra cuenta, pero el resultado no. Nuestra tarea es el hacer nuestra parte, pero es Dios el que finaliza la obra con todas las partes que sus colaboradores han hecho. Suyo es el resultado final. En la vida de un hijo de Dios muchas personas colaboran, sus padres, su familia, los profesores de la escuela dominical, pastores, etc… quizás alguno de ellos nunca haya visto el fruto que esa vida ha dado. Pero ha sido partícipe en ella, haciendo su parte en la obra de Dios en la vida de esa persona.

4. Rompe con el pecado y restaura tu relación con Dios: Una vez que Dios le ha convencido le va a pedir que destruya los ídolos que su familia tenía (Jc. 6:25-32) y reconstruya el alta de Dios. Esta es una representación externa de algo interno que tenía que ocurrir en la vida del pueblo.

En jueces uno de los pecados en que cayó el pueblo fue el politeísmo, adoraban a Jehová, pero también a Baal, Asera y a cualquier otro dios local que se les pusiera por delante. Si el pueblo quería volver a Dios esto tenía que cambiar. Debían romper con el pecado y restaurar su relación con Dios Hoy en día vivimos igual, con un pié en la iglesia y las cosas de Dios y el otro bien extendido hacia fuera en un lugar donde creemos que ni Dios ni el resto de la iglesia pueden vernos, porque nos cuesta renunciar a ciertos pecados que nos gustan. Pero para poder servir a Dios y ser útiles debemos destruir esos altares y reconstruir nuestra relación con Él.

Gedeón es sólo un ejemplo de los muchos que tiene la Biblia acerca de colaboradores de Dios como Moisés, José, Elías, Pablo, Pedro… Todos ellos tuvieron que prepararse para poder hacerlo. Así que… ¿Cómo te preparas tu para servir?

El precio del servicio.


Empezamos esta serie hablando sobre el llamado que todos tenemos de colaborar en la obra de Dios en la vida de los que nos rodean. Seguimos viendo que vivimos en una sociedad que nos enseña a centrarnos en nosotros y en nuestras necesidades hasta el punto de olvidarnos del que tenemos a nuestro lado. Pero para superar esa barrera es necesario estar dispuesto a hacer un sacrificio, a pagar un precio.

El precio para cada uno puede ser distinto. El precio para Clara, que es está yendo al cine con su amiga Sara, para sacarla un poco de casa después de la muerte de su madre, es 56a3fa1834da6_puzzle-226743_640renunciar a horas de estudio que necesita para las últimas asignaturas de su carrera. El precio que unos padres pagan para que sus dos hijos puedan estudiar la carrera que desean es hacer más horas extras en sus trabajos y pasar menos tiempo juntos. El precio que Jorge paga es robarle horas al sueño después de salir de trabajar para preparar los estudios que le da al pequeño grupo de jóvenes los viernes a la noche. No existe bendición sin sacrificio.

Si alguien quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” Lc. 9:23

Jesús está hablando de su muerte y de que le es necesario pasar por ella y nos quiere enseñar que no hay nada más valioso para un siervo de Dios que cumplir con su mandato, aunque esto le lleve incluso a morir. La imagen que Jesús emplea aquí para ilustrar el acto de obedecerle y seguir sus mandamientos es la relación Maestro/Discípulo, muchos discípulos de Jesús le seguían literalmente tras él a lo largo de su ministerio. Ninguno lo hacía obligado, algunos por interés, pero a lo largo del ministerio de Jesús va dejando claro quienes lo seguían de una manera sincera y quienes no. Realmente lo que diferencia a uno y otro es lo que están dispuestos a dejar atrás, a renunciar. Porque para que puedan ser útiles, en las manos de Dios, para su obra van a tener que pagar un precio.

Esta es una idea que recorre la Biblia, la necesidad de que el siervo se sacrifique para que otra persona sea bendecida, lo vemos en una niña, sierva de Naamán (2 R. 5:1-5), que renuncia a ver morir al hombre que la ha esclavizado y decide enviarle a un profeta que puede salvarla, esta niña no salva la vida de su señor, pero si se va a convertir en vehículo de esta salvación de Dios a través de un consejo.

Vemos esta actitud en José (Gn. 45:4-8), el cual renuncia a ser vengativo con los hermanos que años antes lo vendieron como esclavo y engañaron a su padre para que pensaba que estaba muerto. José renuncia a su derecho a vengarse a favor de ser vehículo de la salvación de Dios en su familia.

Cuando cogemos esta idea y la transportamos a nuestro 2016 no nos es difícil ver esa negación en muchas de las personas que han trabajado en nuestras vidas, desde nuestros padres, pastores, maestros o simplemente hermanos que sin saberlo han sido buenos ejemplos. De la misma forma tenemos que saber que si queremos ser colaboradores de Dios en su obra, en medio de la generación que nos ha tocado vivir, vamos a tener que pagar un precio, que en el menor de los casos será sólo tiempo y algo de esfuerzo, pero que en ocasiones nos llevará a tener ganas de tirar la toalla.

Entonces ¿cuál es mi cruz? quizás la tuya sea ser el único miembro de tu familia que confía en Cristo y debes aguantar el menosprecio o directamente la oposición en favor de ser luz en esa familia. Quizás eres profesor/a de una escuela dominical donde los padres ni se preocupan de llevar a los niños a ella, no dándose cuenta de lo fundamental de enseñarles la Biblia a esa edad. Tu cruz es perseverar y no caer en la misma desidia que el resto y así ser vehículo de la bendición de Dios en la vida de esos niños. Quizás tu cruz es que se burlen en clase de ti por pensar que existe un único Dios y declararte su discípulo, que la sexualidad es algo que se debe vivir dentro del matrimonio o que abortar es matar un ser humano. Nunca olvides que tu eres, quizás, la única Biblia que algunos de ellos leerán.

Ser colabores de Dios en su obra tiene un precio que tenemos que estar dispuestos a pagar pero que queda reducido a nada cuando lo comparamos con el increíble valor de la bendición de Dios en la vida de los que nos rodean.

A todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él.”  1 Cor. 9:23-24

¿Consumidores o colaboradores?

¿Consumidores o colaboradores?

Después de la llamada de Norman Foster, de la que os hablé en el artículo anterior, repasé los emails que me había enviado. Había un poco de todo, de su biografía, de su época universitaria en Manchester, de cómo fundó Team 4, o sobre sus primeros edificios. Pero de todos ellos hubo uno que me llamó la atención. Realmente sólo fue una frase al final de uno de los últimos que me recibí, donde explicaba que antes de construir cada edificio necesitaba estudiar a las personas que iban a utilizarlo, ponerse en su lugar, en resumen adelantarse a sus necesidades y diseñar pensando en ellos, aunque esto le implicase renunciar a alguna de sus ideas iniciales. Me acababa diciendo que para colaborar en una obra como aquella tenía que cambiar mi punto de vista.

Todo cambio implica hacer algo que antes no se hacía. Una de las cosas más necesitamos si queremos convertirnos en colaboradores de la obra de Dios es hacer un cambio de mentalidad, del lugar donde enfocamos nuestra vida.

Vivimos en una sociedad que nos enseña a centrarnos en nosotros y en nuestras necesidades hasta el punto de olvidarnos del que tenemos a nuestro lado. Ante lo cual reaccionamos convirtiéndonos en 56637597e929e_smartphone-407108_640consumidores de todo lo que es ofertado delante nuestra. No tenemos más que sentarnos, abrir nuestros sentidos y probar aquello que nos ha sido vendido. En resumen somos consumidores.

Tengo la sensación que muchos jóvenes se acercan a sus iglesias locales con esta misma actitud. Consumen iglesia de la misma forma que se consume cine, videojuegos o música, siendo meros espectadores-clientes de algo que es puesto delante de ellos, sin que tengan nada más que hacer que fijar los ojos y algo de atención. Valorando lo que se hace bajo el mismo criterio que las clases del instituto. Sin ninguna conexión con el ente vivo que se supone que tiene que ser la iglesia. Si las actividades de la iglesia gustan, asisten, si no gustan, no. Así que el abanico de reuniones, cultos, células, grupos pequeños, congresos, retiros campamentos y demás etc… se han convertido en una selección ante las cuales sólo asistiré a aquellas que me satisfagan. Ante el resto pondré una excusa, cuando no meramente una mueca.

Es muy fácil sacar balones fuera de las congregaciones y echarles la culpa a los chavales o a ese saco de excusas que llamamos el mundo. Pero me pregunto si este no ha sido un comportamiento que se ha alentado desde la propia iglesia, porque realmente es mucho más fácil dar a una persona, sobre todo a un joven, lo que quiere en vez de lo que necesita. Así que intentamos competir contra toda esa sociedad de entretenimiento con más entretenimiento ¿y sabéis? nosotros no molamos tanto, no. Musicalmente no somos tan buenos, nuestras reuniones de jóvenes no son mejores que las buenas fiestas a las que cualquier joven accede pagando 5€ de entrada en una discoteca, decir que vas a la iglesia nunca despertará la admiración del grupo de amigos de clase ni el lunes a primera hora te preguntarán que tal la resaca post-culto. ¡Pero es que tampoco lo necesitamos!.

No necesitamos competir con nada porque la Iglesia tiene algo único que puede llenar la vida de esos jóvenes y eso es Cristo y su obra. Nada de lo que existe fuera de Dios puede satisfacer, enriquecer, y dar sentido a la vida de una persona como Él lo hace. Ni ninguna otra relación entre personas de distintos lugares, razas, ideologías y edades puede compararse a lo que la Iglesia de Cristo significa.

Hasta aquí lo fácil, señalar lo que va mal. Ahora viene lo difícil ¿Cómo lo hacemos?. Para suerte de los cristianos Dios nos ha dejado un manual de cómo debemos vivir la vida, así que tiremos de él.

Mr. 6:34Y salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas.” Jesús está en pleno apogeo de su ministerio, la gente se agolpa y persigue para escucharlo. Además los 12 habían venido de su misión (Mr. 6:7-13) y Jesús decide apartarse de las multitudes e ir a descansar con sus discípulos. Pero no puede, literalmente lo persiguen, de la misma manera que a una estrella de rock, la gente se agolpa, acosa, grita, ¡tan sólo para poder verle y oírle! ante esto Jesús podría haberse centrado en él y decir “Eh! ya está bien, tengo derecho a mi intimidad y disfrutar de mi vida, que tengo 30 años, dejadme con mis amigos”, pero lo que salió de su corazón no fue un sentimiento hacia él mismo sino hacia aquellas personas “tuvo compasión de ellas”. Su compasión no se quedó en un sentimiento interno sino que se remangó y se puso a trabajar en la vida de esas personas “comenzó a enseñarles muchas cosas”, se dio cuenta de lo que necesitaba ser construido en aquellas vidas, cogió los planos de su padre y edificó. Esto ocurrió hasta que se hizo tarde y antes de que se fueran volvió a pensar en ellos, les alimentó físicamente (v. 41). La pregunta surge ¿Quién pensó en Jesús? la respuesta es sencilla, nadie. Ni él mismo, pensó en los demás, en lo que necesitaban, no en lo que querían y colaboró con su padre para dárselo.

Este es el cambio de mentalidad que necesitamos, dejar de ver la iglesia como un lugar donde ir y empezar a pensar en ella como un lugar donde ser servidos y servir, donde crecer y ayudar a crecer a otros bajo los planos de un Dios que nos permite ser colaboradores en su obra, su edificio.

Dios va a repetir hasta 40 veces en el N.T. lo que quiere para su pueblo y lo hace a través de una frase “los unos a los otros”. La iglesia es el lugar donde necesito amar y ser amado (Jn. 13:34), edificar y ser edificado (Ro. 14:19), confortar y ser confortado (1 Ts. 4:18), orar por otro y que oren por mí (Stg. 5:16), llevar las cargas de otros y que me ayuden a llevar las mías (Gá. 6:2), aceptar y ser aceptado (Ro. 15:7). Para colaborar en la obra del mejor arquitecto necesitas dejar de pensar en ti y empezar a pensar en las necesidades de los que necesitan ser edificados.

¿Estás dispuesto a dejar de consumir iglesia y empezar a colaborar en la edificación?  

Colaboradores.


Hoy me ha llamado Norman Foster. Sí, a mi también me ha sorprendido. En un primer momento pensé que era una broma, un poco rara, pero una broma. Luego me explicó que llevaba varias semanas enviándome emails. Cuando abrí el correo estaban todos en la carpeta de spam, pero sí, eran suyos, así que no tuve más remedio que creerle.

Me llamaba desde Singapur, donde está diseñando un nuevo edificio y quería pedirme que colaborara con él. Le dije que no tengo ni idea de arquitectura y mis gustos en decoración son dudosos, cualquiera que me conozca lo confirmará. Pero me tranquilizó, me dijo que yo sólo tenía que seguir los planos que él me daría, no quería nada mío en el edificio, sólo que yo me encargará de rematar una parte de su edificio.565a06e050d2e_blueprint-964629_640

Me cambié el teléfono de oreja y carraspeé, supongo que tendría prisa así le dije que me lo pensaría y que le llamaría más tarde. Craso error, no sabéis lo caras que son las llamadas a Singapur.

Seguro que estáis pensando, que tío con suerte, poder participar en la construcción de una obra de arte útil como es un edificio, además con el que es, probablemente, el mejor arquitecto de la actualidad. Esto podría abrirme muchas puertas en el futuro. Imaginaos lo bien que me quedaría en mi currículum.

Pero os voy a ser sinceros, no es ni de lejos la mejor oferta que he tenido para colaborar con alguien importante en una obra importante, y quizás aquí viene la sorpresa, tú has recibido, igual que yo, una oferta para trabajar con la persona más importante en la obra más importante, igual no te has enterado porque te ha entrado en spam, pero tranquilo, la oferta sigue en pie.

1 Co. 3:5-9 En Corinto se produjo algo que la iglesia lleva arrastrando dos mil años, el creernos mejores cristianos que nuestros hermanos. De esta disputa surgieron las primeras denominaciones, los seguidores de Pablo y los de Apolos además otros que decían ser seguidores de Cristo. Pablo les va a parar los pies en seco para recalcarles cual es la verdadera posición que tanto él como Apolos tienen y no se declaran pastores, apóstoles o supercristianos, sino que se denominan colaboradores.

No hace falta ser un experto para saber qué significa colaborador: el compañero en la formación de alguna obra. Cuando Pablo observaba su vida no se veía a sí mismo como un hombre con un cargo, sino como una herramienta, que junto con otras, como Apolos, servía para trabajar en la vida de los corintios, una obra que no era suya: “Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios” (v.9).

Cuando obedecemos la voluntad de Dios y usamos los dones que Dios nos da para trabajar en la vida de los que nos rodean estamos colaborando en la obra de Dios en la vida de esa persona. Esto es algo que se ve más fácilmente al meditar en nuestra vida y ver como Dios ha usado a personas concretas a través de sus dones para bendecir nuestra vida. Quizás haya sido una profesora de la escuela dominical, quizá tus padres, o una conversación profunda en un momento de crisis con una persona más madura que te ayudó a aferrarte a Dios incluso en los momentos más difíciles, en todas esas ocasiones era Dios trabajando en tu vida a través de un hijo suyo que decidió ser colaborador de Dios en su obra.

La colaboración o el servicio es un reto en la vida de cualquier hijo de Dios, porque es un llamado que todos recibimos, pero se convierte en un auténtico desafío en la vida de un joven. Porque vivimos en una sociedad que nos ha acostumbrado a ser receptores y clientes pasivos en todos los aspectos de la vida, en el estudio, en el ocio, en las relaciones incluso en la familia. Pero el servicio, el ser útiles en la vida de los que nos rodean, implica dar un paso adelante y comprometerse con Dios y con Su obra, implica tiempo que hay que quitar de otras cosas legítimas, implica esfuerzo ya que ningún edificio se levantó si él, implica lágrimas cuando pensamos que la obra nos supera o que nuestras limitaciones hacen que el edificio no se vea tan perfecto como pone en los planos. Pero ante cualquier dificultad tenemos un ejemplo que nos reta a responder a la llamada “no he venido para ser servido, sino para servirMt. 20:28.

A través de los siguientes artículos iremos viendo distintos aspectos del servicio en nuestra vida, acerca de la importancia de cambiar nuestra mentalidad, del precio del servicio, del fracaso y del éxito.

La oferta de Dios sigue en pie ¿qué vas a responder?

Relaciones sanas.


Empezamos hoy con una serie sobre la amistad y las relaciones en la adolescencia que he escrito para Protestante Digital podéis seguir la serie aquí.

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” Gn. 1:26

Phoebe es sin duda el personaje más peculiar de la serie televisiva de finales de los 90’s Friends. Ella es una chica medio hippie que se crió en la calle, vive de dar masajes, tiene un taxi y da conciertos en la cafetería Central Perk sobre gatos apestosos. En muchos aspectos no encaja con sus otros cinco inseparables amigos. En la sexta temporada, cuando Rachel se traslada a vivir con Phoebe el personaje interpretado por Jennifer Aniston decide comprar una mesa que imita a una vieja mesa de boticario de una tienda llamada La Mula Coja, ante lo que Phoebe se opone, porque odia los muebles fabricados en serie y todo lo que no tiene una historia que de sentido al mueble.

Phoebe no le da tanta importancia a la belleza del mueble o a su utilidad, sino que para ella premia la mano del autor que pensó en aquel mueble como una pieza única, no como una cadena de montaje, y que indefectiblemente llevara la propia esencia de su creador.

De la misma forma Génesis nos muestra que los seres humanos no somos productos creado en serie, somos artesanía con esencia de nuestro creador. Somos hechos a imagen y semejanza de un Dios en tres personas. Esto significa que Dios no sólo nos creo sino que nos ha dado un regalo por encima de la existencia que es compartir características con Él, claro que de una forma limitada debido a nuestra propia naturaleza y desde Génesis 3 con una lacra que nos hemos buscado y que ha distorsionado este regalo.

El amor, la misericordia, la justicia, la defensa del más débil son elementos que Dios posee y que nosotros hemos recibido. Este Dios es también un ser que existe eternamente en tres personas. Lo que nos muestra otra de sus características Dios es un ser relacional, no es un ser solitario, estas personas tienen una relación perfecta entre sí. Aunque son el mismo Ser esto no impide que exista una relación entre cada una de las personas. Jesús mismo dice que Él tiene una relación de amor con su Padre que se manifiesta en la obediencia (Jn. 14:31), relación de amor que es recíproca cuando su Padre muestra Su amor dándole gloria a su hijo (Jn. 17:24). Esta relación es plena y convierte a Dios en un ser eternamente feliz, porque no hay mayor felicidad que amar y se amado de manera perfecta.

Los seres humanos hemos heredado también esta manera de conectar con otros iguales y de relacionarnos con ellos hasta el punto de que las relaciones son la base primordial de cualquier colectivo humano.

Las relaciones abarcan toda nuestra existencia, desde nuestros primeros años y la familia, pasando por los amigos de la infancia, los compañeros del instituto y universidad, en la iglesia hasta llegar a completar el círculo con la nueva familia que decidimos formar. Marcan nuestra vida y la definen, para bien y para mal. Son causa de traumas y de inseguridades, de triunfos y de metas alcanzadas.

En la serie de seis artículos, que empezamos en el día de hoy, hablaremos acerca de las relaciones en la vida de los jóvenes, sobre todo centradas en la amistad que establecemos entre gente de nuestra edad, sobre la importancia de fundamentarlas bien, de tomar buenas decisiones, de elegir a los que nos rodean y de la responsabilidad que conlleva la amistad. Porque algo tan maravilloso como considerarse amigo es un “gran poder que conlleva una gran responsabilidad”.

En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro cuidado de mí; de lo cual también estabais solícitos, pero os faltaba la oportunidad.” Fil. 4:10

Pablo le escribe a los Filipenses para agradecerles una ofrenda en un momento duro de su vida, Pablo está preso en Roma y Roma no alimenta a sus presos. Pablo no da las gracias por el dinero, sino que agradece que la iglesia de Filipos reviva su relación con Él. Pablo sabe que la amistad es algo que hay que cuidar, requiere tiempo, esfuerzo y ahora los Filipenses usan de un esfuerzo muy grande, pues eran una iglesia pobre, para que esa relación volviera a la vida, fuese una relación sana. Las relaciones sanas son aquellas en las cuales todos los que participan de ellas se involucran en su crecimiento y mantenimiento siendo partícipes de la bendición que producen.

Las relaciones llenan toda nuestra vida. Sea cual sea la relación bien de amistad, pareja, profesional o familiar es un ser vivo que debemos cuidar. Y no siempre lo hacemos, en los últimos años en las iglesias se han dedicado muchos esfuerzos a trabajar con los matrimonios, pero tengo la sensación que lo hacemos tras el terremoto que causa un divorcio en una congregación, en la nuestra o en una vecina. Se hacen reuniones específicas, charlas, se traen a expertos, etc. En las iglesias solemos ir al remolque de la realidad, cuanto esta nos estalla en la cara actuamos.

Por el contrario no solemos trabajar entre los jóvenes la necesidad de cuidar de sus amistades. Nos esforzamos por crear actividades para que estén juntos como si meterlos dos horas en la misma sala fuera una pócima mágica. Realmente existe una necesidad de trabajo con personas sobre este tema. Pensar que una relación va a ser sana solo por estar en un mismo sitio al mismo tiempo es como si dejamos una semilla encima de la tierra y esperamos que de ahí nos salga un bonito manzano que nos de un rico fruto sin hacer ningún otro tipo de cuidado sobre el nuevo árbol. Hace falta trabajo, mancharse las manos, tener inteligencia, para al final lograr un objetivo, desarrollar relaciones sanas.

El apóstol Pablo lo sabe porque eso a pesar de encontrarse encerrado a cientos de kilómetros es capaz de esforzarse por escribir una carta cono Filipenses para una iglesia herida, porque la amistad cuesta. Pablo aparta el sufrimiento propio para curar el de sus amigos.

Los filipenses lo saben por eso se acuerdan del fundador de la iglesia cuando todo el mundo le había dado la espalda. Una iglesia presionada, con disputas entre sus miembros y en un estado de pobreza es capaz de esforzarse para enviar una ofrenda a un sentenciado por el Imperio, para que no se muera de hambre.

Como resultado de este esfuerzo y compromiso mutuo ambos logran ser de bendición, porque la amistad sana puesta en práctica es bendición en acción.

La pregunta que surge ahora es ¿Estamos dispuestos?

Al este del Edén (o el lugar donde el trabajo perdió su sentido).


Este artículo es el primero de una serie sobre la realidad del trabajo y los jóvenes cristianos en la España actual. Esta serie podéis seguirla en la página Protestante Digital.

Las sociedades son comunidades de individuos que en forma colectiva funcionan como un sólo ente. E igual que los individuos que lo forman, estas sociedades pasan por experiencia “ humanas ” como pueden ser, felicidad, autoengaño, histeria e incluso enfermedad.

En la sociedad española existe una enfermedad con la que llevamos años luchando y al paso que vamos probablemente se acabe convirtiendo en endémica, esta enfermedad es el paro. Decimos endémica, porque parece que España lleva conviviendo con él toda la vida, como las malas parejas ni se quieren ni se dejan de querer. La falta de trabajo es nuestra mayor preocupación y a la vez nuestro mayor lastre.

Al este del EdénMi generación, los que nacimos en los 80, la generación que hemos pasado nuestros primeros años de vida laboral en el inicio de esta crisis ( de aquella aún era una desaceleración ) se ha visto abocada a una realidad en la que  más de la mitad de nosotros no tenemos un trabajo  remunerado o si lo tenemos es tan precario que a muchos de nuestros familiares y amigos les asustan nuestra condiciones, aunque nosotros nos aferremos a él con la sensación de haber encontrado “ mi tesoro” .

La serie de artículos que iniciamos esta semana trata sobre el tema del trabajo y el joven cristiano. Porque aunque repitamos el famosos versículo de que “ nuestro reino no es de este mundo ” la realidad es que vivimos en este mundo, trabajamos en este mundo y ganamos un sueldo, o por lo menos eso intentamos, en este mundo. Porque en estas circunstancias que muchas veces son desesperadas nos asaltan dudas como ¿Cuál es la función del trabajo en la realidad de un joven cristiano? ¿Estamos fallando a Dios al no trabajar? ¿Cuál es el propósito de Dios con el trabajo? ¿Cómo sentirnos completos si no tenemos opción expresarnos, realizarnos o crecer con nuestro trabajo? ¿Cómo afrontar la independencia de nuestros padres sino podemos mantenernos? ¿Cómo afecta la falta de empleo a la vida normal de una pareja que desea evolucionar de noviazgo al matrimonio?

Empezaremos en este primer artículo con la base, con el principio. ¿Quiere Dios que trabajemos? ¿Es el trabajo una bendición o una maldición?

Cada obra está impregnado por lo que el autor que la ha creado es, por su esencia. Lo mismo pasa con Dios. El ser humano fue creado a semejanza de Dios. Dios nos ha creado con sus atributos, vida, justicia, amor, misericordia. Somos el ser de la naturaleza que más características de Dios presenta.

Una de estas características, y la primera de ellas que aparece en su relación con Dios, es el trabajo. Cuando abrimos la Biblia vemos a Dios trabajando, desde el comienzo del Génesis Dios está planeando “ Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”  (Gn. 1:26), trabajando “ creo Dios los cielos y la tierra”  (Gn. 1:1) y evaluando “ vio Dios que era bueno “  (Gn. 1:10). A lo largo de toda la Biblia, nunca lo vemos inactivo o parado, sino que siempre se muestra en una actitud proactiva, sobre todo en hacer volver a su pueblo a Él.

Dios mismo creó al ser humano con esta capacidad del trabajo, eso quedó claro al poco de la creación del hombre, donde lo primero que recibió, a parte de instrucción fue una tarea, cuidar el huerto, un trabajo que Eva y Adán cumplían a la perfección.

Pero Satanás distorsionó la realidad, para engañar adulteró las palabras de Dios. En cuanto Eva y Adán cayeron este adulterio se trasladó a cada una de las facetas de su vida: la espiritual (rota su relación con Dios), la matrimonial (Adán se iba a hacer dueño y señor de Eva, rompiendo la relación de igualdad que había), la familiar (los hijos iban a ser paridos con dolor por Eva), la natural (toda la naturaleza queda bajo maldición por culpa del ser humano) y la laboral (ahora el trabajo produciría dolor).

Desde ese momento, en el cual el ser humano debe irse al este del Edén, la perspectiva del trabajo y de la relación del ser humano con él queda totalmente distorsionada. Dios, el trabajador supremo, creo el trabajo como un regalo para la mujer y el hombre, una forma de ser un siervo eficaz de Dios y darle gloria, como toda la naturaleza hacía. Sólo la intrusión del pecado hace que esa perspectiva se desmorone y lleguen los  cardos  y las  espinas  (Gn. 3:18). Si el trabajo es considerado hoy en día como algo que hace sufrir y que sólo sirve por la gratificación económica o para alcanzar un status superior es por culpa del pecado, no por causa del regalo de Dios que fue tener una tarea.

 Nada en el universo se parece más a Dios que el trabajador. (Ulrico Zwinglio ).

 La reforma protestante rescató este concepto bíblico del trabajo, hasta ese momento ahogado por siglos de platonismo dentro de la Iglesia Católica, donde el trabajo manual era algo desechable del mundo material que había que rechazar, y por lo tanto sólo hacían las clases más bajas e ignorantes, en pro de la oración, estudio y meditación pertenecientes al mundo espiritual y más cercanas a Dios, por lo cual eran tareas realizadas por las clases más altas, clero y nobleza.

Los reformadores resaltaban la idea de que el ser humano es un ser integral, por lo tanto se enfatiza la unión entre lo secular y lo religioso al contrario de las ideas religiosas católicas; así, Dios, el trabajo y el dinero, como otros elementos, son parte del ser y no deben tratarse por separado, pues todos ellos integran al mismo ser en unidad. Todos son dones de Dios que el hijo debe usar para dar gloria a su Padre. Debemos asimilar que nuestro trabajo, aunque pensemos que no tiene que ver mucho con “ las cosas de Dios ” es una herramienta en sus manos que puede ser usada para honrar y darle gloria igual que orar, leer la Biblia o predicar.

“Creo que Dios me hizo con un propósito, para la China. Pero también me creó con el talento de la velocidad y cuando corro, siento Su placer” Eric Liddell Carros de fuego .

Hoy en día consideramos trabajar al concepto cuadrado, de un contrato con un horario y un sueldo a fin de mes. Pero realmente trabajo es el esfuerzo creativo por concebir algo donde antes no existía como un medio de expresar nuestra propia naturaleza, para dar gloria a Dios y ser felices.

Si nos preguntásemos que es lo que nos hace felices, muchas de las respuestas serían trabajo, pero sin el corsé de un horario, una nómina o un jefe. Cosas como cuidar un jardín, escribir un libro, componer canciones, ser monitor en un campamento de niños, ser profesor de la escuela dominical, o simplemente correr unas olimpiadas (como Eric Liddell), son tareas que nos llenan de felicidad por la satisfacción evidente que transmite, pero que muchas veces no las consideramos como trabajos, por el mero hecho de no ser remunerados económicamente, pero sí que reflejan ese propósito que Dios nos dio de realizarnos mediante el trabajo y el esfuerzo. Dios mismo disfrutó creando el mundo, el se paraba cada día delante de lo que había hecho y sentía satisfacción.

Cuando hacemos un trabajo que nos gusta y lo finalizamos de una manera excelente, esa sensación es un eco de la verdad de que los seres humanos han sido creados a la imagen de Dios. Este eco no solo resuena en la vida de personas cristianas sino también en cada ser humano que siente satisfacción con la obra de sus manos.

Los cristianos no debemos plantearnos el trabajo como una carga sino como una forma de vida consecuente con nuestra naturaleza. El objetivo de la vida del cristiano es dar gloria a Dios, por lo cual el objetivo del trabajo es dar gloria a Dios. De la misma forma que Eva y Adán tenían un propósito para su vida, el cual fracasaron estrepitosamente. Dios tiene un propósito para nuestra vida y no se va a lograr sin esfuerzo sino que necesitamos trabajar y esforzarnos en él.

La Biblia está llena de personas que se esforzaron hasta lo último por hacer su labor, aunque esta nunca fuera remunerada(José, Moisés, Samuel, Jeremías…). Debemos seguir su ejemplo, buscar la voluntad de Dios en nuestras vidas y esforzarnos allí donde Dios nos ponga, sea en una empresa, la familia, una ONG, la iglesia o en nuestra sociedad, porque cuando trabajamos reflejamos a Dios y le damos gloria.